Custodia compartida

Salvo en casos extremos, y extremo no significa enamorarse de otra ni un repentino «ya no te quiero», divorciarse es rendirse y si encima tienes hijos demuestras que no aprendiste la lección fundamental de que ya no eres lo más importante de tu vida.

A partir de ahí, da por destrozada la vida de tus niños. Dala por herida, dala por quebrada, y reza para que ellos sean más fuertes que tú y para que sean bondadosas, y compasivas, las personas en las que se refugien huyendo de la destrucción de su paraíso.

Hasta ahora muchas mujeres han usado el divorcio como un chantaje y a sus hijos a los que tanto dicen querer como vulgar mercancía. Jueces sindicalistas, feministas, vergonzosamente sumergidos en la morbidez de la corrección política, han sentenciado por defecto en favor de las madres degradando la paternidad y convirtiendo a los padres en meros patrocinadores de la vida de su ex mujer, en primer lugar, y de un modo subsidiario de la vida de sus hijos.

A los hombres se nos suele tratar como agresores potenciales por el simple hecho de ser hombres, y cualquier denuncia de una mujer es tomada por cierta sin la menor comprobación y lleva implícita nuestra detención, puesto que para nosotros no existe la presunción de inocencia. También por sexismo, se nos considera peores padres que a las madres, y la paternidad parece ser de quita y pon cuando hay padres que son castigados sin ver a sus hijos por denuncias normalmente falsas de la madre, pero que ni en el caso de ser verdaderas podrían interferir en el vínculo sagrado que hay entre los padres y sus hijos.

La ley ha servido hasta ahora para fustigar al hombre y para pisotear a los padres del modo más abyecto e inaceptable, en nombre de un revanchismo feminista que no conduce a ninguna parte. Hay que perseguir y juzgar los actos de violencia, pero ni un agresor convierte a todos los hombres en agresores en potencia, ni un juez puede dejarte sin ver a tus hijos porque no les pagas la pensión o porque hayas sido condenado por maltratar a tu ex esposa. Un padre es siempre un padre y sus hijos son siempre sus hijos.

Que en este contexto de permanente abuso y humillación los jueces estén obligados a conceder la custodia compartida es avanzar en la correcta dirección, aunque la solución no sea evidentemente la idílica.

Lo idílico es que hombres y mujeres mantengan su compromiso, y más si ha sido explícitamente contraído ante Dios. Lo idílico es que unos y otras tengamos un poco más de aguante, crezcamos en la dificultad y aprendamos de las profundidades del Misterio en lugar de esta especie de emotividad de supermercado, tan ajena a la deuda del pecado original.

Lo idílico es que los padres comprendan que los hijos pasan a ser el nuevo centro de gravedad de sus vidas, y que divorciarse es abandonarles, sabotearles la estructura, un acto de siniestro y condenable egoísmo. La vida no va sobre la pupita que nos hace el dedito pequeñito y somos la primera y última línea de defensa de nuestros hijos.

Pero una vez consumada la tragedia, es obviamente un mal menor que la ley nos guarde del sesgo feminista de la mayoría de juezas y jueces; y que proteja a tantos padres indefensos del chantaje y la retorcida maldad de tantísimas arpías.